Las Confesiones de Quincy (publicado en 1821) no son simplemente interesantes, sino también, en grado considerable, útiles e instructivas. Con esa esperanza es como decididamente las ha redactado por escrito el autor: hombre que desde su nacimiento, en el sentido más elevado, sus actividades y placeres fueron las de una bestia intelectual. Criatura entregada al opio hasta un exceso todavía no confesado. En el caso de nuestro Comedor de opio sus memorias no reconocen ninguna culpa. La debilidad y el sufrimiento no implican necesariamente culpa. Este acto de confesión cumple con la única pretensión de que pueda ser de utilidad a todo tipo de comedor de opio.
Quizá se considere que admitir los fascinantes poderes del opio sea un tema de naturaleza demasiada delicada; y que, como mucha gente en el mundo podría utilizar esta droga de manera indiscriminada, sería mejor dirigirse con temor y cautela ante las propiedades del opio para evitar acabar en una auténtica desgracia. Quincy no convencido del todo de dichas conclusiones sobre la droga, hace, en una palabra, justicia frente al lector: la gran diferencia de ésta entre las demás sustancias que perturban las facultades mentales, es que el opio introduce en ellas el orden supremo y la armonía. La respuesta a todos los problemas filosóficos, el esclarecimiento a todos los dilemas de la humanidad, la cerradura a la inmensidad de la felicidad y la virtud se abren con el opio. No sólo se condena al espíritu, sino además se glorifica. En términos claros y simples: el drogadicto es el ser más grande de entre todos los hombres, y en una completa contradicción, debido a sus padecimientos, también es el rey más pobre de entre todos los soberanos.
La obra de Confesiones de un comedor de opio inglés está dividida en tres partes: Confesiones preliminares, Deleites del opio, Tormentos del opio. El primero de los capítulos tiene una finalidad fácil de adivinar. El autor se da a conocer, se hace querer, se convierte, por así decirlo, en clave para entender las sensaciones que lo dirigen a buscar un antídoto para los intensos dolores de estómago que hostigaran cruelmente más tarde su cerebro.
Las Confesiones de un comer de opio inglés es un libro sin moraleja. Ley común es que todo lo que vive ha de morir. De modo que, este libro singular, esta confesión verídica o quizá pura creación del espíritu, es un libro sin desenlace. Tal como lo anunciamos desde el comienzo: el autor solamente desea soltar eslabón por eslabón, la cadena maldita a la que estaba atado todo su ser. Sea lo que sea este texto, lo resultado es una conjetura, quizá demasiado bella: tan doloroso puede ser nacer como morir.
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